domingo, 18 de abril de 2010

Superhéroes, santos y supervillanos

1. Los superhéroes

Son personas comunes en la realidad social de una ciudad, hacen todo lo que las demás personas hacen: tienen una profesión, un hogar, preocupaciones cotidianas, etc. Generalmente, no tienen padres, porque estos murieron o los asesinaron. Es de allí que nace su misión de cambiar al mundo: tienen deseos de venganza y todo lo miran desde un punto de vista personal. No aceptan su pasado y quieren olvidarlo, reprimirlo, que quede en el inconsciente. Pero a la vez, su pasado doloroso alimenta su odio a los delin-cuentes y enemigos. Es el flagelo de los quebrantadores de la ley.
Son impulsados por el odio al enemigo y darán todo en la lucha contra el crimen, inclusive su vi-da. Quieren que desaparezcan las injusticias y para eso buscan a los perpetradores de la ley y luchan con ellos: a veces los llevan a la cárcel, otras veces, los matan. Si mueren en la lucha, consideran que su mi-sión ha fracasado.
Fruto del odio a sus enemigos es la tristeza y amargura en la que viven. La vida se les vuelve una pesada carga, porque saben que todos los días tienen que levantarse para hacer grandes cosas, según ellos, pero nunca avanzan en la lucha contra el crimen, sino que siempre retroceden, porque los males se multi-plican. Todo en su vida es monótono, todo es costumbre, nada los satisface. Están interiormente hastiados y frustrados. Su corazón es un infierno que va creciendo. Afectivamente son inestables, porque, aunque dicen no necesitar de nadie, tienen una gran necesidad de afecto para soportar la carga que ellos mismos se impusieron y su propia miseria interior que va en aumento. No lloran exteriormente, pero interiormente sufren mucho. Esto terminará en el embotamiento de su sensibilidad frente al dolor o en el abandono de la profesión de héroe, dejando que el mundo se arregle como pueda: el odio extremo o la indiferencia ex-trema.
Siempre actúan solos o en pequeños grupos, nadie conoce nada de sus vidas privadas, viven en la clandestinidad. No tienen muchos amigos.
La vida que todos conocen es una fachada: les cubre la identidad de superhéroes, que es lo que en realidad siempre quieren ser. Se sienten bien y se olvidan de todo. La fama que reciben es para ellos un tranquilizante contra su ansiedad de poder. Son personas muy nerviosas, aunque no lo manifiesten, se enojan con facilidad y, después de derrotar a un enemigo, la ira va en aumento. Son personas dignas de lástima más que de elogio: no hay ninguna clase de honor en sus acciones.
Muestran grandes proezas para atrapar a los delincuentes, pero nadie dice nada de atraparlos a ellos, porque a veces causan peores males que los que el delincuente perpetró. Su lucha es siempre infruc-tífera, porque no buscan seguidores ni intentan que los malos se conviertan y arrepientan de su actitud pecaminosa, sino que buscan que ellos desaparezcan de la faz de la tierra. Por lo tanto el mal continua, a pesar de su lucha. Su acción no es imitable, sino despreciable.
Algunos héroes aprovechan sus poderes para mostrarse delante de todos los demás y salir en la tapa de los diarios, lo cual es pura vanidad; otros no quieren saber nada.
Se exigen más allá de sus fuerzas y quieren cambiarlo todo, pero no logran cambios duraderos y los que logran siempre empeoran la sociedad. Siempre actúan al margen de la sociedad; no pertenecen, como héroes, a ella, sino que la juzgan por sus injusticias, cometiendo ellos peores. Nadie los juzga, los consideran héroes por sus poderes y por la lucha contra el mal.
Están, por voluntad propia, marginados de la comunidad eclesial –no practican ninguna religión- y de la comunidad civil, es decir, no pertenecen a ninguna asociación civil que busque el bien común, no colaboran con ella para combatir el mal, sino que combaten el mal de la sociedad al margen de ella, es decir, no se involucran en asociaciones ni las fundan tampoco. Sólo sus fuerzas bastan, dicen ellos.
Son personas que han perdido toda esperanza y creen ciegamente en sus poderes. No creen en nada ni en nadie. Pero ellos se creen la solución a los problemas de la sociedad, pero no logran ni la mitad de lo que se proponen, porque moralmente no son ejemplos de nada, sino que debería llamárselos antihé-roes.
No son misericordiosos con los demás, porque ellos ni siquiera son capaces de pedir perdón por sus propios pecados. Creen que toda la sociedad es corrupta y quieren cambiarla de raíz. También son profundamente desconfiados, porque no confían ni en ellos mismos. Por eso son profundamente meticu-losos en todo lo que hacen.
Son personas interiormente divididas entre el deseo de que las cosas cambien y su miseria inter-ior, entre lo que quieren ser y lo que son. Esta división se ve reflejada en la contraposición del ciudadano común, que representa ser todos los días y la figura del superhéroe con la que busca combatir las injusti-cias a fuerza de piñas y patadas. Están alienadas, ni siquiera ellos mismos se conocen bien: conocen sus males, pero no la forma de solucionarlos. No piden ayuda a nadie, porque se creen autosuficientes. Ade-más, sería un signo de debilidad, idea que va en contra de su personalidad de héroes: ¿cómo los héroes, que son poderosos, van a pedir ayuda? Es ridículo. Son ellos los que deben ayudar a otros y no los otros a ellos.
Ellos son así: extremistas. O están con ellos o están contra ellos. No hay término medio. No res-peta la libertad del prójimo, sino que se la lleva por delante. Esto mismo hacen los terroristas al querer lograr cambios por medio de la violencia: imponen sus ideas sin medir las consecuencias. También los tiranos obran así.
No siguen a nadie como maestro, sino que siempre innovan un camino, aunque en realidad son bastante simples: se entrenan para pelear. No enseñan lo poco que saben a nadie, ocultan su saber a los ojos curiosos y son materialistas. No saben lo que es el desprendimiento ni el gesto de caridad. Su única preocupación es la justicia. Son ambiciosos de gloria mundana y a algunos les gustan los lujos. A veces se tapan con un manto de piedad, pero no son piadosos.
Si quisieran comenzar una relación de amistad con alguien, ese alguien debería volverse cómpli-ce de él o, de lo contrario, nunca podría ingresar en su círculo íntimo. Además, sus relaciones sociales son inestables, porque intentan no decir nada que haga que los otros los conozcan profundamente. Los otros sólo conocen lo que ellos –los héroes- le permiten saber, es decir, su vida al aire libre, su profesión, dónde viven, etc. Pero de su vida íntima no saben nada. Por eso, no tienen verdaderos amigos, ya que ninguno lo conoce de verdad.
Compiten con Dios en poder –a Quien lo tienen olvidado- porque se creen todopoderosos y no reconocen sus propios límites ni su dependencia del Creador. Quieren ser redentores de la sociedad, pero terminan siendo una plaga mayor. Bien vale aquel adagio para ellos que dice: “Es peor la cura que la enfermedad”. No tienen una visión trascendente, todo se decide aquí: él es el juez de todos los hombres, estamos en presencia del Juicio Final secularizado.
La visión del héroe peca de maniqueísmo: dos fuerzas enfrentadas buscando la subsistencia, una buena, otra mala. Ambas buscan eliminarse entre sí. Es una lucha por el máximo poder, alcanzado el cual domina todo lo demás. Quieren ser como dioses. Además, su visión es tremendamente racionalista, por-que reduce todo a corrupción y maldad, negando todo lo bueno que aún persiste en la sociedad, sin lo cual ésta no subsistiría. Se considera el único bueno que lucha por la sanación de la sociedad.
Realizan acciones prodigiosas para ser recordados por todos, pero ocultan su identidad: porque dejan la firma de lo que hacen. Buscan ser reconocidos.
Con las mujeres tienen relaciones sexuales ocasionales, es decir, no tienen orden en ellas: no res-petan el verdadero orden de las mismas, que debe darse en el marco del matrimonio como expresión de amor de los conyugues y cuya segunda finalidad es la procreación, sino que se presentan como playboys de la nueva era. No saben lo que es la castidad, la virginidad y la continencia.
Tienen dos amores: sus poderes y las mujeres. Es decir, hacen uso de los apetitos irascible y con-cupiscible, igual que los animales, pero peor, en realidad, porque no hacen uso de su razón, sino que se dejan llevar por sus impulsos más bajos. Se convierten en personas peores que las que intentan combatir.
Sus poderes vienen de otro planeta, de la evolución o de un experimento químico fallido, es de-cir, son héroes por accidente. Dicho de otro modo, son extrañezas de la naturaleza. Sus poderes les hacen creer que no necesitan de nadie ni que tienen necesidad de algo, son como un fármaco que les hacen olvi-dar quienes son, sus problemas, sus límites y debilidades. No agradecen lo que reciben, porque creen que todo se lo deben a sí mismos por sus poderes. Sus poderes son físicos o mentales, pero nunca morales. De todos modos, no parecen ser libres, sino personas esclavas de lo que son y enfermas de poder.
Intentan solucionar un problema intrínsecamente moral con medios físicos o mentales, no se dan cuenta de la naturaleza del problema. Son ignorantes en grado sumo, aunque aparezcan como sabelotodos frente a la sociedad. La naturaleza del problema exige una solución semejante a sí mismo. Si el problema es técnico, se necesitan soluciones técnicas, si es moral, soluciones morales. La injusticia es un problema moral; entonces la solución debe ser moral, no técnica. Por más fuerza, patadas y piñas que peguen, nunca solucionaran el problema.
Están asociados también con la última tecnología, especialmente si es militar y de vigilancia, con artes marciales, con armas, etc. Son mesías sangrientos. Luchan con el mal a fuerza de hacer mayor mal. No siembran nada bueno, por lo tanto no cosechan nada mejor. Siembran maldad, cosechan injusticias peores. Son ejemplos de mala conducta y otros intentan imitarlos.
Están físicamente entrenados y hacen acrobacias que no son capaces de hacer ninguno de los ciudadanos mejor entrenados. Son únicos en su especie. Eso los vuelve más soberbios.
Son personajes imaginarios, no existen en la realidad, aunque puede ser que alguna persona goce de ciertas cualidades extrañas, pocas veces o jamás vistas, los héroes no existen en realidad. Es el hombre quien ha puesto una imagen exagerada y equivocada de sí mismo en ellos: en el héroe, todos son deseos de perfección mundana. Pero pueden caracterizar perfectamente a todo aquél que lucha contra las injusti-cias del mismo modo que ellos.
2. Los santos

Ellos han sido personas históricas que, habiéndose convertido al cristianismo, algunos desde su nacimiento, otros de grande, llevaron una conducta intachable y ejemplar, encarnando en sus vidas y sus profesiones las enseñanzas de Cristo.
Son, por lo tanto, discípulos de Cristo, a quien imitan en mayor o menor grado. La virtud que despunta en todos es la caridad con los pobres, los más necesitados, sabiendo que la ayuda que le brindan al pobre, se le dan al mismo Cristo.
Ingresan a la comunidad eclesial por medio del bautismo, que es un don de Dios y perseveran en la vida de fe por la recepción de todos los restantes sacramentos, perseverando especialmente en la recep-ción de los sacramentos de la eucaristía y de la penitencia.
Algunos han fundado órdenes o congregaciones que perduran hasta el día de hoy y ellas tienen distintos carismas, pero todas esas asociaciones colaboran con la sociedad de alguna manera. En ellas, la obra del santo que la fundó lo trasciende históricamente y representa lo que él hizo en su tiempo.
El martirio es la muestra de amor más grande a Dios, porque el santo entrega todo lo que tiene: su propia vida y es un testimonio de amor por el enemigo. Además imita a Jesús misericordioso en la cruz, desde la cual pidió perdón por los pecados de los hombres al Padre celestial. El martirio es una victoria para el santo. Vencen el mal a fuerza de bien.
Los santos son dueños de sí mismos, porque Dios es dueño de sus vidas. Toda su vida está con-sagrada a servir al prójimo y a alabar a Dios de toda forma. Por eso, los santos son grandes orantes, algu-nos pasan horas en oración. En ellos hay multiplicidad de virtudes, fruto del amor y perseverancia en el amor a Cristo, pero las virtudes de los santos son dones del Espíritu Santo, que premia a sus fieles por la respuesta de amor a su llamado a la conversión. Por eso, los santos muestran al mundo con sus vidas el amor de Dios Uno y Trino por la humanidad.
Toda su vida es simple, no tiene nada que ocultar, lo que otros ven de ellos, eso son. Ellos son simples, no tienen doblez: no se muestran de una manera a la gente y después actúan de otra. Gozan de la virtud de la humildad, reconocen la debilidad de sus fuerzas, por eso rezan más a Dios que otros, sin Quien nada consideran que podrían hacer. No se reconocen a sí mismos como santos, ni saben en qué grado de santidad se encuentran, sólo Dios lo sabe, pero caminan con justicia hacia su santificación per-sonal en la comunidad eclesial y civil en la que viven.
Están unidos a otros, no actúan solos, porque son conscientes que deben vivir en comunidad en un triple sentido: ayudar y buscar la solución de los problemas que aquejan a la sociedad, ser modelo de virtud para otros hermanos suyos en la Iglesia y permanecer unido a la comunidad celestial de los santos de Dios. Los santos han ayudado a la sociedad de muchas maneras: por medio de limosnas, de institucio-nes que ellos mismos fundaron, de la enseñanza de la filosofía, la teología, la pastoral o de una profesión a quienes no la poseían.
No todos los santos muestran grandes virtudes, algunos muestran virtudes llevadas hasta el ex-tremo, movidos solamente por el amor a Cristo, pero otros han mostrado virtudes sencillas y la perseve-rancia hasta el final en la fe cristiana.
El número de los santos es desconocido, porque todos los que se encuentran en el Cielo, que ya están contemplando a Dios, son santos, aunque no sean conocidos por nosotros. Igualmente, hay mu-chos mártires cuyo nombre desconocemos, o vida de personas excepcionales que no fueron proclamados santos por lo poco que se conoce de sus vidas o porque no hay dinero para iniciar la causa de canoniza-ción. La santidad no es para unos pocos, sino para todos, pero son pocos los hombres que responden al llamado de Dios a la santidad de forma íntegra, porque exige mucho de sí, exige una entrega total en la vocación a la que Dios le ha llamado: padre de familia, sacerdote, religioso, laico consagrado, etc.
Fueron santos aquellos que en su vida hicieron la voluntad del Padre, revelada en el Hijo: amarse unos a otros como Cristo nos ha amado y esto lo han sabido llevar a la excelencia, pero siempre con la ayuda de la gracia que sostenía sus débiles fuerzas.
Los santos son grandes intercesores de la humanidad ante Dios: muchas gracias y bendiciones consiguen los hombres a través de ellos de Dios Padre, para que cuando la reciban alaben a Dios de quien proviene.
No ponen la confianza en sus fuerzas, sino que sólo la ponen en Dios, que les provee de todo lo que necesitan a su debido tiempo. La esperanza puesta en Dios nunca ha sido defraudada, siempre han recibido con creces. Logran más de lo que se proponen, porque todo lo dejan en manos de Dios, conside-rándose a sí mismos colaboradores de Dios. Ni se imaginan lo que Dios tiene reservados para ellos en su plan de salvación. Guardan la esperanza de la Segunda Venida de Cristo que vendrá en gloria y en poder desde los Cielos, quien dará a cada uno según sus obras. Además, tienen la esperanza que este mundo encontrará la plenitud en el Reino de los Cielos con la Segunda Venida de Cristo.
Los santos son instrumentos de salvación de Dios para la humanidad, pero instrumentos libres que han aceptado que Dios sea quien dirija sus vidas, reconocen que todo Le pertenece. Lo extraordinario que los santos han mostrado en esta vida proviene de Dios: los milagros, sanaciones, intervenciones mila-grosas y toda la gran variedad de prodigios que se ha visto que han hecho. Cuando hacen una obra de caridad, la realizan de tal modo que no la vea el prójimo, siempre movidos por amor a Cristo, no por amor a la fama de virtuoso que podrían recibir de los hombres. Es más, prefieren el desprecio que el elogio, porque ello oculta más sus buenas obras y los hace imitadores de Cristo en la persecución.
En su corazón abunda la paz que viene de Dios, no tienen rencor contra nadie, gozan del don de la alegría y si lloran es por sus propios pecados o por los del prójimo o cuando acompañan a otros en el dolor. El centro de sus vidas es el amor a Jesús Eucaristía. Desde allí se enriquecen y toman fuerzas para continuar la lucha diaria. Nunca se dan por vencidos en la lucha por transformar la realidad y difundir el amor de Cristo, muchos han agravado su estado de salud por llevar sus ministerios a cumplimiento. En esto también se destaca el ayuno que practican, algunos lo han hecho hasta el extremo de las fuerzas hu-manas, imitando a Jesús en el desierto.
Siempre que necesitan algo se lo piden a Dios en oración y a los hombres, a quienes consideran como hermanos en un mismo Cristo. No les gusta llamar la atención y por eso rechazan los lujos, los cuales no sirven muchas veces para hacer caridad con el prójimo, sino que son un obstáculo. Lo que tie-nen ellos mismos les sirve para ayudar a los demás.
El amor de Dios por ellos les permite abrir sus corazones a todos los hombres para transmitirles el amor divino recibido, de tal modo que nadie se siente excluido del amor de Dios manifestado por el santo. Tratan a todos por igual, como el mismo Cristo lo hizo: no hacen acepción de personas por ninguna razón. Se sienten profundamente agradecidos, porque saben que todo proviene de Dios, a quien alaban y agradecen todo lo que tienen. Ese agradecimiento se vuelca en la caridad: mucho ama al prójimo el que mucho se dejó amar por Dios.
No intentar solucionar todos los problemas humanos, porque saben que es imposible y además porque no obligan a los demás a colaborar con ellos, sino que siempre invitan a ser mejores personas de lo que son, pero nunca fuerzan a otros a hacer lo mismo que ellos, como tampoco Jesús, su Maestro, forzó a nadie, sino que siempre invitó a todos. Con su ejemplo y sus obras siembran la Buena Noticia en los ambientes en los que se encuentran: en el trabajo, la familia, la orden religiosa o instituto al que pertene-cen si son religiosos, en el deporte, en vacaciones, cuando están con amigos como cuando están con ex-traños.
Si luchan con las armas, sólo es en defensa de los oprimidos y cuando todo otro camino pacífico no es viable. A medida que avanzan en santidad, es más difícil que ellos cometan un pecado. Van avan-zando en pureza, al punto que algunos han llegado a ver cara a cara a Dios en esta vida. Se los llama mís-ticos.
Con su vida intentan hacer presente el reino de Dios en este mundo, reino que consiste esencial-mente en el mandamiento del amor dado por el mismo Cristo, que consiste en amarse los unos a los otros como él mismo nos ha amado: hasta el extremo de dar la vida si la ocasión que lo exige se presenta, como Cristo en la cruz.
El sufrimiento ofrecido a Dios es un medio de redención por los pecados cometidos, tanto pro-pios como ajenos. Cristo ofreció su sufrimiento a su Padre por el perdón de los pecados de la humanidad. Los santos ofrecen por medio de Cristo, con Cristo y en Cristo sus propios dolores y los de la humanidad por sus enemigos y por los pecados de la humanidad, en los que se incluyen los suyos propios.
Al colaborar con la salvación de las almas, son corredentores con Cristo, en el sentido que ex-tienden la salvación a todos los hombres. Es Cristo quien actúa por intermedio de ellos, quienes, al imitar a Cristo, lo hacen presente ante los hombres. Someten su voluntad a la voluntad de Dios y en nada quie-ren desobedecerle, sino que en todo quieren pertenecerle, agradarle.
En ellos se cumple perfectamente la imagen de Dios, porque imitan en todas sus acciones a Cris-to, que es modelo de hombre a seguir, Quien realiza en plenitud la voluntad del Padre. En los santos se cumple de forma plena la vocación a la semejanza con Dios, porque extienden el amor de Dios a todos los hombres, no esperando de los demás que tengan la misma respuesta de amor para con ellos.
Todo hombre puede imitarlos siempre que tenga en cuenta los medios de que se sirvieron para llegar a ser tales: la oración, la limosna, el ayuno, la vida en la comunidad eclesial y civil, la lectura y reflexión continua de la Palabra de Dios, la eucaristía especialmente celebrada en la misa, la asidua re-cepción de los sacramentos y la entrega total de sí en todo ámbito en el que se encuentran, buscando imi-tar, en todo, lo que Jesús hizo en su vida, que es el Modelo a seguir.

3. Los supervillanos
Son personajes que siempre buscan sacarle provecho a todo, no les importa otra cosa más que su persona, a veces se muestran de una manera frente a los demás, pero después, en lo secreto, son lo opues-to, a veces se muestran despiadados, porque eso muestra lo que a ellos les agrada más: ver sufrir a los demás como ellos mismos sufren interiormente.
Son personas que guardan una profunda envidia con respecto al progreso de los demás y no lo soportan. Es su envidia la que los mueve muchas veces a realizar sus maldades, otras veces, simplemente, hacen el mal porque tienen la mente turbada por sus injusticias.
Son personas extremadamente ambiciosas y viciosas: les gusta el dinero, el sexo desordenado, el alcohol, la violencia, especialmente si incluye armas. Nunca se encuentran satisfechos, siempre quieren más y en mayor grado que el anterior. El extremo de su odio interior podría hacer volar al mundo en mil pedazos y eso les causaría la risa diabólica más grande.
No tienen amigos, sino cómplices: los que están con ellos son tan malos o peores que ellos. Los villanos mantienen a sus sirvientes a raya de puñal y pistola: ellos son los jefes por ser en la práctica más malos y astutos que ellos, porque no dudan eliminar a quien se rebele contra ellos.
Son personas que les gusta los lujos y el buen vestir, en el sentido que son extravagantes: les gus-ta comprar ropa cara y fina, aunque nunca combinen los colores de lo que se compraron. Quieren ser los mejores en la maldad que realizan y se esfuerzan al máximo para ello.
No son personas que gocen de salud mental, son capaces de las peores maldades y se divierten con ello. Nada es serio para ellos, salvo sus propios crímenes, en los que son muy meticulosos. La mayo-ría de las veces no actúan solos, sino que hay un numeroso grupo de gente que los acompaña. Sus asocia-ciones ilícitas disimulan su existencia haciéndose pasar por grupos de ayuda a los más necesitados o por alguna empresa de negocios, de esa manera pueden planear sus crímenes sin ser molestados por la policía o por los héroes. También cuentan con gran tecnología y armas potentes.
Si realizan sus injusticias en público es para mostrar el grado de poder que tienen, debido a que pueden hacer injusticias en público y nadie los detiene. Los hombres son juguetes para ellos: una vez que se cansan de ellos, los desechan.
Algunos villanos están dotados mental y físicamente: tienen poderes como también los super-héroes, pero los utilizan para su propio beneficio. Estos poderes vienen de otros planetas, de la evolución o de un experimento fallido.
Quieren ser siempre el centro de la atención de todas las miradas, por eso realizan grandes de-mostraciones de poder por medio de grandes injusticias. No hacen diferencias entre inocentes e injustos, como lo haría un héroe, sino que todos caen bajo el peso de sus injusticias, porque es más divertido para ellos cometer injusticias a la masa que a personas particulares, con excepción de los héroes que los persi-guen para darles muerte, porque derrotar a un héroe es para ellos más sabroso que castigar a una multitud de gente, dado que es un desafío a su hegemonía en el poder. Para el villano, sólo él puede ser el mejor, no quiere tener competencias, por eso hay que eliminarlas. Y, si es posible, de la manera más cruel. Es un asunto personal y en nadie delegan la muerte del héroe, sino que lo toman como una misión personal.
Viven a la sombra de los héroes, porque siempre son vencidos. Nunca logran la victoria definiti-va. Podrán vencer sobre algunos héroes, pero nunca ganan la batalla definitiva. Su vida es un completo fracaso. Viven a costa de lo que produce la sociedad, no trabajan, sino que roban el fruto del esfuerzo de los ciudadanos: son como sanguijuelas que se alimentan de la sangre de su víctima, es decir, son como los parásitos, no pueden ellos producir nada bueno, a menos que se arrepientan de su vida delictiva y se con-viertan en buenas personas y ciudadanos justos. Están llenos de vicios y cada vez los aumentan más y en mayor medida.
Tienen a toda la sociedad en su contra, sólo a veces logran ganarse la simpatía de algunos por medio del dinero. Pero nadie quiere parecerse a ellos, salvo quienes son como ellos, es decir sus cómpli-ces y los delincuentes.
Les encanta hacer alarde de lo que hicieron, de lo que hacen y de lo que harán. Son extremada-mente infieles en las relaciones de complicidad, cuando se cansan de tener cierta compañía, la cambian. Lo mismo sucede con las mujeres, cuando se cansan de ellas, las cambian.
Les encanta tener siempre lo mejor: las mejores mujeres, los mejores autos, las mejores armas, etc. Pero como nunca se tiene todo ni tampoco lo mejor, siempre están constantemente cambiando y en-vidiando al otro por lo que no tienen. Nunca están ni estarán satisfechos, siempre quieren más. Son como las tuberías de desagüe: todo pasa a través de ellos, pero nada queda en ellos. No son agradecidos, porque las cosas nada valen para ellos: las cambian unas por otras sin que una sea más valiosa que la otra, porque cuando termina con ella, la desecha. Suman vanidad sobre vanidad: todo lo que buscan es vano, por eso lo desechan. Piden a las cosas materiales lo que ellas no les pueden dar, porque ellas sólo pueden servir como instrumentos, no pueden darle la felicidad, que pasa por otro lado.
El lugar de reunión con sus cómplices siempre es secreto. Nadie conoce dónde queda y, a veces, ni siquiera los mismos cómplices hasta que se ganan la confianza de su jefe y de sus compañeros. La obediencia es crucial, porque mantiene unido al grupo. Un acto de desobediencia es considerado como una traición. Además, también es importante el silencio respecto de los integrantes de la banda y de sus actividades delictivas. Preferirían –los cómplices- morir que delatar a sus jefes y esto por varias razones: por temor a la muerte de ellos mismos o la de algún pariente suyo o por simple lealtad en el crimen. Aun-que al jefe no le importe nada la vida de sus cómplices, estos, en general, no lo traicionarían. Al jefe sólo le importan que sean instrumentos para realizar sus injusticias, pero en cuanto se vuelven inservibles, obstáculos o encuentran alguien mejor que ellos, son reemplazados sin dudar un segundo.
Los villanos tienen pésimo sentido del humor: todo lo malo que sucede en la sociedad lo encuen-tran gracioso, porque esa risa es fruto de la gran envidia que le tienen a los demás por su progreso. No lo soportan. En su interior guardan una profunda tristeza que se manifiesta exteriormente en un mucho alar-de, en mucho ruido y en mucha risa, las cuales tapan su profundo vacío interior. La vida para ellos no vale nada. Sólo sirve para sacarle provecho propio, en vistas a olvidar las propias penas y dolores.
Como cree que su maldad no tiene solución, la esparce por donde puede. Quiere que todos sean como él, que todos dejen de existir, que todos sean injustos. O puede mirarse esto desde otro punto de vista: mientras haya personas justas, siempre habrá algo que se pueda destruir, por lo tanto siempre habrá diversión para ellos. Quieren reducir todo a la nada, todo su juego consiste en una inmensa NADA. Su música (= sus injusticias) se acaba cuando todo queda destruido. Entonces, si esto fuera posible, él mismo tendría que enfrentar su propia miseria, gritando de dolor por no haber podido curarse con su propia mal-dad.
El odio siempre va en aumento, porque siempre quiere destruir más, reír más, humillar más, so-meter al prójimo más. Todo se lo lleva por delante, como un tornado, que no deja nada en pie. Pero son profundamente débiles, porque todos están en su contra y especialmente Dios, a quien lo tienen profun-damente olvidado. Quieren ser dioses, pero en la maldad, en eso compiten con Dios, quien todo conoce y a su debido tiempo, da a cada uno según sus obras.
Sus injusticias no quedan sin castigo, porque su vida comienza mal y termina peor: se hacen fa-mosos por sus maldades, pero mueren en su camino a cometer nuevas injusticias o se vuelven pobres por su derroche o son, muy probablemente, traicionados por sus cómplices, quienes, como él, quieren alcan-zar la cima del poder, la fama y gloria mundana. El final de sus vidas está marcado siempre por la trage-dia.
Son personajes ficticios: no existen, como tales, en la realidad. Pero bien pueden representar a otras personas por sus características patológicas y enfermizas. Representan el polo opuesto del héroe, pero tiene con éste muchas semejanzas, entre ellas, la más importante es la de estar lleno de odio y envi-dia hacia los demás y ser desconfiados para con todos. Son peores plagas que los mismos héroes. Pero son medios por los cuales los que buscan la santidad se hagan mejores por la multiplicación de sus virtu-des. Aunque luchan a favor del mal, también ayudan a que los buenos sean mejores.
Conclusión.

Sólo en la medida en que se busque practicar las virtudes morales y las teologales, siguiendo el ejemplo de Cristo, amando a todos sin distinción de raza, religión, pensamiento o cultura ni clase social, la sociedad puede llegar a ser distinta. Allí donde en lugar de la violencia y la agresión verbal, se opte por el diálogo sin imposición de una doctrina, sino que se busque la verdad acerca del hombre, para llegar a un acuerdo, la sociedad puede ser distinta.
El ejemplo de los superhéroes y de los supervillanos muestra una sociedad hecha a la medida de los caprichos de cada uno de estos personajes ficticios; en lugar de ayudar a que la sociedad mejore y corrija sus errores, intentan arrancarlos de raíz por medio de la violencia o usar esos vicios para benefi-ciarse de ellos en algún sentido material o personal.
En cambio, los santos se presentan como los modelos siempre vivos a seguir, que no imponen un esquema a la sociedad, sino que buscan, con su ejemplo y las asociaciones que fundaron, ayudar al hom-bre a promocionarse, a ser mejor persona. Además, el ejemplo de ellos sigue el que ha marcado su Maes-tro, Jesucristo, quien perdonó a todos desde la Cruz en la que lo habían clavado. Ese ejemplo de amor al prójimo es el que deben mostrar día a día los fieles cristianos. Sin embargo, no siempre lo hacen y con justa razón muchas veces son criticados. Pero que eso sirva para corregir su conducta y sean fieles a la vocación de amor a la que han sido llamados desde el bautismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario